Adopción homoparental en Colombia es un derecho, no un privilegio

matrimonio homoparentalLos grupos GLBT no exigen tener más derechos que el resto de la ciudadanía. Exigen los mismos derechos, y el Estado tiene que proporcionárselos

Autor: Javier Garay

Artículo publicado originalmente en PanAm Post

 

Hay dimensiones de la vida en las que el Estado no debería meterse, pero lo hace. Por ello, es a través del reconocimiento legal y explícito de algunos derechos como se puede avanzar hacia la libertad, aunque no pueda sacarse del todo al Estado de la ecuación.

Pero este avance genera resistencias por cuestiones morales, entre otras. Olvidan los moralistas que el Estado no debe velar por la moral, debido a que eso implica la imposición de una escala de valores de unos grupos —así estos sean las mayorías—, sobre los demás.

Esto también lo olvidan los igualitaristas, políticamente correctos, quiénes seleccionan dentro de un catálogo de buenas intenciones aquéllos aspectos que para ellos son “dignos de liberalizar” y los que deben ser impuestos. Ya no está de moda ser machista u homofóbico.

Pero que no esté de moda no quiere decir que, por ley, o a través de la coerción del Estado, se pretenda eliminar esos comportamientos: primero, porque tal cosa no es posible. Puede haber leyes que prohíban discriminar el machismo o la homofobia, pero eso no implica que estas conductas desaparezcan. Segundo, porque se generan resistencias, lo que incrementa la posibilidad de conflicto violento en una sociedad. Tercero, porque es una negación misma de la libertad.

¿Acaso la libertad no implica, también, que algunos sean malas personas o que estén llenos de odio? ¿Cómo reconciliar, entonces, todas estas posiciones? A través de normas generales, previsibles, consensuadas, que permitan la canalización del conflicto y los desacuerdos por medios no violentos. Hasta ahora, el único artificio que ha encontrado la civilización que cumple esas características es la ley basada en mínimos, siendo los más importantes la garantía y el respeto de los derechos.

Así las cosas, en la actual discusión en Colombia sobre el tema homosexual (matrimonio y adopción) la única solución es el reconocimiento de los derechos.

No se trata, como piensan los que consideran la homosexualidad como una aberración, de imponer nuevos valores. No todos los niños tendrán que ser adoptados por homosexuales como tampoco los únicos matrimonios reconocidos serán los de parejas del mismo sexo. Pensar tal cosa es como pensar que porque los homosexuales ya no son perseguidos, encarcelados o asesinados en la mayoría de países del mundo, en esas sociedades la homosexualidad se convirtió en una obligación.

Si se aprueba el matrimonio homosexual no implicará que todos los homosexuales se casarán, ni que las iglesias que estén en contra de ello los tengan que casar, ni que los heterosexuales vayan a ver disminuidos sus derechos. Simplemente, es un mínimo para reconocer la dignidad del ser humano el que, sin importar a quién se ame, se pueda establecer un contrato de fidelidad y permanencia con esa persona.

No entro siquiera en el debate de si se aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, eso abriría la puerta al matrimonio con animales o cosas. El absurdo de esta creencia está en que, como mencioné, el matrimonio es un contrato y, como tal, solo puede darse por el consentimiento de las partes. Ni las cosas ni los animales pueden manifestar su consentimiento… porque no lo tienen.

En el tema de la adopción se pretende reconocer el derecho de cualquier persona a formar una familia. Pero eso no quiere decir que todos los niños en adopción deberán ser entregados a parejas —o individuos— homosexuales. Eso depende de si esas parejas y personas cumplen con los requisitos de adopción.

pensar en niños

«Los demás argumentos en debate son accesorios. ¿Un niño vive mejor con una pareja heterosexual u homosexual? No sabemos. Eso depende de la pareja.»

Los demás argumentos en debate son accesorios. ¿Un niño vive mejor con una pareja heterosexual u homosexual? No sabemos. Eso depende de la pareja.

¿Y si esos niños son víctimas de acoso en el colegio por la conformación de su familia? Hoy muchos niños de parejas heterosexuales son víctimas de acoso por la forma de ser de sus padres, su estatus social o por su trabajo.

Y si son víctimas de maltrato o de abuso sexual? En la actualidad, muchos niños son víctimas de eso mismo en parejas heterosexuales. Además, que eso no se presente depende del proceso de adopción, de su rigurosidad, y no del “tipo” de familia a la que pertenecerá el niño.

Un debate como este no tendría que presentarse en una sociedad en la que el Estado hiciera lo que debe hacer y nada más. Pero como este no es el caso en casi ningún país del mundo, el debate es esencial.

La única forma como se puede resarcir un poco el daño de haberle otorgado al Estado la potestad de definir a quién debemos amar o si podemos formar familia o no, es reconocer unos mínimos para todos, unos mínimos que solo pueden expresarse en el reconocimiento de derechos.

Todos tenemos los mismos derechos. En esto es lo único que podemos ser iguales. Esto es lo único que garantiza la evolución de la sociedad. Esto es lo único que posibilita la vida en sociedad. Esta es una verdad incuestionable, así le moleste a los moralistas y a los igualitaristas, quiénes, en última instancia y ambos —desde diferentes orillas—, desprecian las diferencias.

 

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